La noche cayó, el mundo paró, nos vimos bajo la luz de la intensa mirada de una Luna apaciguada. Caminamos por escalones de cristal hasta la emotiva visión de un parque sin luz, sin lámparas, árboles ni naturaleza. Sólo nosotros. Bailar, reir y correr en una película muda de sentimientos ásperos que se recuerdan con añoranza y lágrimas que caen en la foto de un verano inigualable.
Allí está el recuerdo de algo que cayó de las estrellas como polvos de hada sobre las cabezas de los tórtolos enamorados, que cuales golondrinas emprenden un vuelo sobre el otro buscando complicidad, fundiéndose en formas diferentes, orgías de colores, machas que no se limpian y posiciones dignas de Gaudí en el mundo que creamos en el segundo de la chispa de la mirada de un petirrojo.
Pero sólo es un recuerdo... te empuja para delante, te da ánimos, pero añoranza de cosas que no volverás a vivir. Mejores momentos han surgido, pero mejores están por llegar, siempre. Aferrarse al pasado pasa la mayor factura que el impuesto de emotividad te pone en el camino de farolas tristes y lunas alegres donde te chocas y cruzas con montones de personas anónimas que cambian tu vida a mejor y a peor siempre al lado del aquel parque de cristal e ilusión que no hace otra cosa que mostrarte el algodón del que se han hecho tus sueños de papel.
Labios rojos carmesí en la esquina de la foto, pasión apagada, cenizas de lo que fueron. Fénix renace, dentro del recuerdo.
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