5 jul 2012

Austin Wintory - Apotheosis

La visión se nublaba, espejismos vislumbraba en el horizonte, un horizonte desprovisto de civilizaciones y de cualquier otra señal que distraiga la plenitud, sólo el cielo azul y el suelo rojo a sus pies. Un paso y el espejismo cambia, por entero, escalonadas estructuras y arqueados edificios surgen de la nada levantando un polvo que le arrastraba y le cegaba. Cuando quiso darse cuenta y mirar hacia arriba vio la mayor ciudad que jamás imaginó, la ciudad de los sueños, llegaba hasta las inalcanzables nubes en ese desierto rojo infinito. Lo único que podía interesarle de todo ese yermo había crecido y estaba al final del horizonte, sólo tenía que ir a por ello.
Sudaba, miraba inquieto y tosía despacio. Daba los primeros pasos, no desaparecía, estaba allí. Daba los segundos pasos, no dejaba de estar quieto y real. Daba los terceros y se acercaba, comenzaban a sonarse campanas desde lo alto de las nubes, ¿era real por fin? ¿Lo que andaba buscando durante tanto tiempo por fin era real y duradero?
Saltó y, como él soñó, voló, lo contempló por entero; era magnífico, lo que más había soñado y anhelado estaba justo enfrente suyo abierto completamente para él.

Bajó de su vuelo, posó los pies sobre el suelo. Le echó un último vistazo... se le derramó una lágrima que no pudo contener más tiempo... El sol brilló y él se acercó, posó su mano sobre él y dio media vuelta, al fin lo había logrado.
El camino había concluido pero era un ser humano, una persona real... cuando alcanza el final de un camino no planta su bandera y pasa a la posteridad, no, siguen adelante y trazan otro camino, hasta el fin del horizonte, hasta que se pose el sol que los contempla... por toda la eternidad.

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