Los animales púrpura la miran admirados, los árboles danzantes la saludan con elegancia y sobriedad mientras que el sol baila a su alrededor.
Pisa la hojaresca y el suelo húmedo, paso a paso, mientras la luz acaricia suavemente su piel y su cabello. Sus movimientos cotidianos comienzan a convertirse en los de una grácil bailarina en esta búsqueda espiritual.
Las cortezas de los robles y de los olmos comienzan a doblegarse a sus ojos, la naturaleza se pone a su disposición y ella la quiere a su lado, como una igual.
A cambio, la naturaleza la conduce, la conduce de maneras que nunca sintió antes, Gaia es una buena madre después de todo.
Ve ese marco incomparable. Recoge sus sentimientos robados y perdidos y la emoción la hace volar entre las nubes de la razón y la belleza.
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