Grácilmente baila como una grulla sobre algodones de azúcar que se rellenan de nubes blancas como la más perfecta nieve. Es su sueño, es su momento, de un lugar a otro de la instancia vuela, alegre, corre, respira, es su día, es su felicidad. Ella no está, su cuerpo es un fantasma de la belleza, pero no está en la habitación. Está entre mundos, momentos, sueños e ilusiones. Está en todas partes y en ninguna. La piernas estiradas y su precioso uniforme no hacen más que reseñar su libertad, sus ganas de vivir y la emoción que guardaba en una cajita de cristal junto a su corazón que se ha abierto y ahora puede sentirla mucho más.
Es libre, está viva y lo sabe.
Se recoge un poco para dar un gran final a su imaginario público que enfervorecidos no hacen más que regocijarse en su irreal sentimiento de admiración.
Lentamente va disminuyendo la energía de su movimiento. Se está preparando, viene paso a paso por el camino que le conduce a un éxtasis aún mayor, cuando parece que no lo alcanza ella se retracta, no por miedo, sino por la sapiencia de que puede jugar con el momento todo lo que quiera, es suyo y lo disfruta. El aire adulzado por su danza comienza a bailar al son de la música, todo da vueltas sobre el halo de un ángel para acabar con un sólo foco que la hace protagonista del baile que nunca realizó, su sueño, su momento, su noche.
Cuando sueñas, a veces recuerdas. Cuando despiertas, siempre olvidas.
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