12 feb 2012

La noche que no cambió nada - Gayane Ballet Suite

El oficial cogió su cigarro, expulsando humo cual locomotora en vías imaginarias se dispuso a observar su situación. Una circunstancia inusual: la lámpara se tambaleaba, la luz tintineaba ante unos ojos que no perdían ni el más absoluto detalle. Rápidamente la percepción de una fantasía mágica y criminal se volvió antigua, en blanco y negro, casi sepia mientras los espectadores veían la película quemarse ante ellos. Una sala de cine sin película de repuesto. Un público enturbiado que caía por un sumidero de penurias. 
Violines tocan a la salida, un mercader de Venecia en su góndola de cristal fino rema por los mares de la injusticia de una vida marcada por la regla de curar y no prevenir. Es en este punto de la historia en el que uno se da cuenta de que la vida no está hecha para llorar sobre un cine absurdo en una tarde estrafalaria, mirar hacia delante donde el destino te espera con las puertas abiertas como para dar un abrazo místico y mágico. Paso a paso te acercas a él y allí, descubres tu propia verdad. 
Nadie lo hizo esa tarde. Estamos muy ocupados para darnos cuenta de las pequeñas cosas de la vida.



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