Atardeceres rojos por la mirada de las gaviotas de mayo. Puertos inconclusos se ven al fondo de un mar de colores ardientes y reflejos difusos.
La ciudad blanca nos alumbra con el reflejo de los ojos de las viviendas cementadas en la cortina de la córnea con la que me miras. Ballets de cristal en tus pestañas y soles rotos en final de la ojeada. No paro de mirarlos, cálidos y cercanos mientras me analizan fríamente. Son preciosos y frágiles como la más pura gaviota de cristal que grazna en un cielo diseñado para ella, para nosotros. Sentados en el reflejo de las olas no vemos más que nuestra propia realidad la cual espera que se cumplan nuestros más profundos sentimientos y lentamente, sin que nuestra razón nos coarte, nos acercamos.
Esos ojos hipnotizantes son cubiertos de manera muy lenta y segura por unos débiles párpados acompañados de brillantes pestañas . Los míos hacen lo mismo quiera o no quiera yo que lo hagan. Mi cabeza se acerca a la suya. El sol se apaga para nosotros y suelta una última chispa que arderá en nuestro interior durante todo lo que resta de noche.
Dedicado a los lectores que aún me quedan, que pese a mi falta de brillantez, me soportan y admiran. Cosa que no dejará de sorprenderme, espero que nunca
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