Bailaste como una pluma emparejada con el viento al son de los cánticos puros de la noche. Pasos de zapatilla rompieron la monotonía del suelo, todo giró a tu alrededor y las sonrisas salvajes fueron tu paisaje. Sudor, baile y adrenalina. El aire brilló y el mundo dio vueltas. Una media por la rodilla, despeinada y alegría superficial fueron tus sentidos.
Aburrida, escapabas del lugar, las calles eran tu lienzo, el movimiento era arte y tu mirada el sentido.
El pelo era arrastrado por el viento, los zapatos eran devorados por la locura, los ojos se mojaban de libertad y la boca expiraba música y velocidad. Aplastabas charcos, cantabas y corrías por callejuelas desconocidas bajo la tutela de unas preciosas estrellas. Sabías a dónde tienes que ir.
Pisabas esquinas, doblabas aceras, subías por muros y saltabas ventanas.
Los edificios te saludaban con luces de neón y la calle te convidaba a niebla y oscuridad.
El gris embargaba la visión que tu pelo rubio pintaba de color a su paso.
La ciudad se acaba. La rutina queda a tus espaldas y te paras en seco. Miras boquiabierta hacia delante. Allí está, sujetando una flor. Mirarás bien y te sonreirá.
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